Soy María Camila

Llevo luz y amor al corazón de los niños, cultivando su bienestar emocional…

Esta soy yo...

Quiero contarte que lo que leerás aquí está manifestado desde la pureza de mi corazón y la transparencia de mi alma; lo que he sido y soy antes de convertirme en business woman, psicóloga, speaker, profe de chiquis e investigadora. Honro cada título con gratitud infinita, porque cada uno representa una etapa sagrada de mi vida. Pero antes de ser todo eso… ya era: un alma encarnando su sendero espiritual.

Aunque en mis redes comparto fragmentos de mi vida espiritual, mi camino no comenzó en la adultez. Empezó cuando tenía apenas 7 años. Una experiencia que marcó un antes y un después en mi existencia me llevó a vivir la ruptura espiritual más grande —y al mismo tiempo, la transformación más poderosa— de mi vida. A esa edad, sin comprender del todo el mundo, ni a mí misma, ya me hacía preguntas que suelen llegar con la madurez:

“¿Por qué me pasó esto? ¿Para qué nací?”

Crecí sintiéndome confundida, culpable, avergonzada y con muchos miedos. Me veía a mí misma como una niña “mala”, y mis comportamientos reflejaban el dolor que cargaba. Hoy, 16 años después, desde la distancia amorosa del tiempo, comprendo que esa experiencia intensa fue la primera puerta hacia el camino de transformación más poderoso para mi ser: una vida con propósito, una vida al servicio de llevar luz y amor al corazón de los niños.

A los 14 años, cansada de pelear con la vida, inicié mi despertar. Sin reconocerlo en ese momento había comenzado mi proceso de transformación. Decidí dejar de vivir desde la rabia y el dolor. Elegí mirar lo que sentía, cambiar mi actitud y la forma en que me relacionaba con el mundo. Empecé a cultivar mi mente y a cuidar mi jardín interno, aprendí a reconocer las plagas que lo contaminaban y a podarlas.

Fui consciente a esa edad de la importancia que habitaba en avanzar paso a paso, en mantenerme enfocada en aquello que quería lograr, en cultivar este proceso desde el reconocimiento interno, esperando todo de mí y sin esperar nada de nadie. Desde esta experiencia, la paciencia se convirtió en mi hábito espiritual más valioso: cultivé el saber esperar, saber volver a mi y el postergar la recompensa.

A mis 20 años, tomé una decisión que marcó un giro de 180 grados: pedir ayuda. Ese fue el inicio consciente de mi transformación. El sendero de reconstruir mi proyecto de vida fue la causalidad perfecta que me llevo a ser acompañada por quien no sabía se convertiría hoy en una de mis grandes maestras terrenales en esta vida: Lupe.

Con ella empecé a recordar quien era en esencia: una niña con un espíritu dulce y al mismo tiempo indomable. Pero el miedo, el dolor y el entorno habían apagado esa luz. Vivía desde la hipervigilancia; mi instinto de supervivencia no me permitía ver más allá. Era una niña, mi cerebro y corazón estaban en alerta todo el tiempo, cansados y tristes, hasta que decidí, desde el amor a mi misma, que no quería vivir así nunca más. Ese fue mi primer acto espiritual: elegir dejar de pelear con la vida.

Respeto el camino espiritual de cada persona y desde afuera, reconozco que muchos tardan años o incluso décadas en reconocerse, esperando a ser ancianos para sanar o vivir su propia vida, y entonces llegan a ser almas de niños no sanados en cuerpos de adultos; otros se reconocen antes de envejecer; y otros, desde su niñez o nacimiento, ya saben quiénes son y cuál es su poder, reconocen que son responsables de su vida y ven con claridad su capacidad infinita para ser y hacer.

Aún recuerdo cómo desde mis 14 años, comencé a cultivar mi mente como quien cuida un jardín. La autocritica y el autodistanciamiento que habitan en mí y nacieron en medio de esta transformación, me permitieron podar plagas y también a que la tierra volviera a florecer, a que en mi cerebro nacieran nuevas conexiones neuronales. Ha sido un proceso largo, a veces doloroso, pero profundamente liberador, observándome con amor.

Con el tiempo y por añadidura, los demás empezaron a notar mi cambio del enojo a la dulzura. Una amiga me tituló "mi amiga sabia" y yo lo recibo con humor y cariño. Pero, más allá de lo que otros han podido notar, lo que realmente ha sido importante fue lo que yo elegí: empezar de cero, mirando hacia dentro, para despertar espiritualmente.

Hoy, 16 años después, mi vida es más plena, más autentica y más consciente. Reconozco el poder que habita en mí. Comprendo que el dolor fue -y continua siendo- un maestro esencial. Una oportunidad de expansión. Un umbral de crecimiento infinito y un eterno sendero de recompensas cuando elegimos aceptarlo. Honro mi dolor, mis vivencias y lo que fui. Sin eso, no sería quien soy hoy. En la comprensión de esto, recuperé mi espíritu indomable, mi poder interno; la certeza de reconocer que soy por lo que habita en mí internamente y no por lo que tengo fuera.

Hay en definitiva experiencias que ningún niño debería vivir; dolores que son muy profundos y que desde la ciencia transforman el cerebro y el cuerpo. Pero lo cierto es que hay cosas que no se pueden controlar y otras, que tenemos la oportunidad de elegir. Por un lado, la luz y la oscuridad son lo que son y nunca dejarán de ser. Y por otro lado, el dolor es subjetivo y opcional, eres tu quien elige cómo sentirlo. En mi caso, me permitió conocer el perdón y a su vez, descubrir el sentido. Y desde ese sentido nació ZentiKids.

Mi orden interno lo recibí plenamente y lo visualicé con profunda claridad en medio de una meditación: llevar luz y amor al corazón de los niños. Pero, no podía recordarles esto sin antes yo vivirlo, no podía llevar esa luz si no encendía la mía. No podía llevar ese amor a sus corazones sin antes yo amarme a mi misma, sin antes reconocer todo lo que hoy reconozco.

Hoy, toda mi misión -y el alma o ADN de ZentiKids- nace de ahí. Acompañamos a los chiquis para que reconozcan su poder interno, su capacidad infinita de ser, de sentir y de transformarse, para que siempre recuerden de que son capaces de ser todo aquello que sueñan ser. Acompañamos a los papitos, mamitas y cuidadores para que recuerden que todo requiere amor y que lo que buscan para sus chiquis nace primero y suavemente en ellos.

Mi propósito es sembrar consciencia, autorregulación (paciencia), presencia y amor. Acompaño desde lo que soy, desde mi espiritualidad encarnada, desde mi vida interna, y desde la certeza de que cada niño es un universo inmenso esperando ser visto, escuchado y honrado.

Este es mi camino. Ese es mi servicio de amor al mundo. Este es mi por qué.

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